"Los que te aprecian, tratan de explicar; los demás, justifican. La explicación es clemente, una ayuda, un impulso; la justificación -algo elevada siempre y revestida de lógica- castiga. De hecho, ratifica las sentencias".
¿Silencio?: no, no lo guardo. Pero hoy, antes de emitir ningún otro sonido, me inclino (en muchos casos, conmovido) ante quienes me han dado -y aun me siguen entregando- algo de sí mismos: mucho. Y aunque les sobre, la mayoría no tiene la obligación de dármelo. Espero que nunca crean que no soy agradecido. Me consta, sin embargo, que a muchos les irrita (o les asusta, o les duele) mi obstinación; o eso que ellos consideran obstinación... No les culpo: creen, REALMENTE, estar dándome su mejor consejo. Pero quizá el VERDADERO DERECHO A EQUIVOCARME sea ya de lo poco que nadie me niega; un lujo que sí puedo permitirme. ¿O debo permitírmelo?... Ya que mi silencio ahora podría ser interpretado como una claudicación; como un reconocimiento de que la sentencia emitida el día 7 de julio por un Tribunal de personas dedicadas a hacer lo mismo que yo hago, fue absolutamente coherente y, por lo tanto, ajustada a lógica. Supongo que ninguno de ellos aceptaría otra consideración. Pero me temo que las cosas no son tan sencillas; no tanto como la rotundidad de su veredicto sugiere.
Hoy he recibido la carta en que, como era de prever, se ratifican en su postura (infalibles). Ya lo sabía. Nada de sorpresas...
Vuelvo al principio: no tengáis demasiado en cuenta mi alienación (mi estado de alienación: de estar; transitorio, no esencial). Es la verja de la jaula la que me separa a menudo de vosotros. Yo no la he puesto; yo no quiero estar dentro. Creedme.
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