Macilento y recurrente (Ruleta rusa)

Me aconsejan que no me hunda. Es la séptima serie de consejos semejantes que recibo en mi vida. Hasta ahora he debido seguir esos consejos, puesto que no me he hundido (¿o puede que uno, imperceptiblemente, se vaya hundiendo, poco a poco, después de todo, sin ser consciente de la merma?). Y es muy probable que entienda, perfectamente, que no debo dejar arrastrarme, si no quiero afrontar una situación irreversible. Pero, ¿es que debo conformarme con un proceso perpetuo de auto-engaño, simplemente para no perecer?... ¿Qué garantías hay?... ¿Qué o quién me asegura que mi enésimo esfuerzo dará sus frutos?... ¿Los ha dado, acaso, hasta ahora?... ¿Será que, sencillamente, no me merezco aprobar unas oposiciones y ser funcionario de carrera; un profesor entregado, por fin, en cuerpo y alma, a su trabajo y sólo a su trabajo?.
    Podría incluso aceptar algo así (si alguien me lo demostrase), pero estoy rodeado de quienes lo han conseguido (cada día son más: ley de vida), y no puedo evitar sentirme desquiciado por una certeza; por algo que me resulta muy duro manifestar, convencido: ellos no se lo merecen más que yo; desde luego, no todos... No diré más (Daos cuenta: amigos, colegas queridísimos... Me aprecian, me apoyan, a pesar de todo).
    Entonces, ¿cómo asumir que la suerte nunca va a estar del lado de uno?... Una ruleta rusa me ofrecería más opciones (y la recompensa, si sobreviviese, podría ser interesante).
    Este año presentí cómo se acercaba el espectro del Fracaso, ya tan familiar: su cara macilenta, amedrentada, ojerosa y mal afeitada. Sólo que, esta vez, no esperaba de Él una risotada tan brutal y grotesca. Yo, el único, el último fracasado... Ya vamos siendo menos, ¿eh, espectro?, dear old chap!...