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| De una serie de fotografías acerca de una de mis obsesiones: el aspecto de la decadencia |
El día 17 de julio, a lo largo de unas cuatro o cinco horas, veintiún conexiones a este blog se efectúan desde Argentina; en concreto, parecen interesados los australes en leer la "celebración" de mi triste aniversario... el cual acompaño, bien es cierto, de un homenaje a mi hija, Victoria. Me pregunto (y no es la primera vez que me hago una pregunta semejante) qué puede haber en mi blog que interese a gentes tan remotas, y que no me conocen de nada; qué encuentran, desde tan lejos, en este desolado páramo sin horizonte, ni destino, ni referencia nítida -a no ser que la permanente elusión de la ruina sea una referencia, una suerte de destino "per se"...
Puede que las personas vivamos, al cabo, existencias muy parecidas: no sé si es sano, sensato o "rentable" cultivar una especie de "épica del fracaso", de lo baldío. Pero lo que sí que es claro es que el fracaso abunda más que el éxito; que los perdedores siempre somos más; que la fatalidad aplasta incluso a los más fuertes (como cuando nosotros despanzurramos a la orgullosa hormiga descomunal, que arrogante y valiente, nos reta, al salir de su hormiguero, agitando antenas y mandíbulas... Y es que de nada le sirven ni sus exhibiciones ni su "hercúlea" fuerza: sucumbe ante el más insignificante de nosotros y, también, bajo la suela más eminente; "dioses" todos, ridículos o heroicos, que cercenan su destino de corajuda hormiga guerrera).
Hoy el sino se ha vuelto a burlar de mí con un pequeño incidente de circulación: cuando todo parece más o menos perfecto, precario pero "bajo control", un desastre de dimensiones ridículas te aprieta el cuello lo suficiente para que no te ahogues; y, así, dejarte "disfrutar" del espectáculo de la vida a lo largo de una vereda algo más estrecha e incómoda... Al menos (es cierto) la hormiga que soy aun discurre por la senda.
Gracias por leer la crónica de nada; estéis donde estéis.
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