NOTA: Se debe tener en cuenta que ésta es la última entrada. Por lo tanto, si se desea conocer la verdadera secuencia de este BLOG, habrá que acudir, primero, a las entradas más antiguas -la primera es del día 1 de septiembre de 2010. E-mail: balzuel@gmail.com
(NOTA: Esta entrada está absolutamente vinculada a la llamada ORGULLO Y DISIDENCIA)
El concepto de culpabilidad es premoderno; el equivalente moderno es el de responsabilidad. Paradójicamente, las sociedades "culpables" (o culpabilizadas) suelen tener manifestaciones radicales de "modernidad" (p. ej.: matrimonios homosexuales; apertura inmigratoria masiva e indiscriminada; militarismo "pacifista"; oficialización de un permanente revisionismo de la "mala conciencia" colectiva; etc.). Las verdaderamente modernas no precisan de tanta auto-reafirmación, por lo que suelen cuidarse mucho de promover extravagancias o incoherencias: lo normal es que conserven varias referencias, puntos cardinales éticos e identitarios incuestionables, apodícticos, descartado el relativismo a ultranza (ya que este último termina por hacer de TODO cuestión discutida y discutible; y, lo que es peor: sin referencias, CUALQUIER opción es admisible; también las perniciosas).
Entre las sociedades auténticamente modernas, la responsabilidad pública es tomada, además, muy en serio por cada individuo. La típica laxitud meridional es una muestra cristiana, pre-moderna, de "misericordia" (que los individuos, a menudo, se aplican a sí mismos; y con gran flexibilidad). Es más "disculpable" todo, por tanto, visto a través de la óptica de la "culpabilidad" que bajo el prisma de la responsabilidad (lógicamente, la "culpabilidad" tiende a ser "disculpable"). Por supuesto, los "culpables" -por su sentido fatalista y la consecuente renuncia a asumir sus propios actos reprobables, incorrectos o equivocados- son más felices que los responsables (que no tienen escapatoria). Pero, ¿esa "felicidad" los convierte en mejores?... La responsabilidad es más problemática para el individuo, pero mucho más productiva socialmente; y, al cabo, más justa. La culpabilidad se diluye y, a menudo, se oculta o disimula; la responsabilidad se acata, se muestra y se soporta.
Por último: la individualidad del ciudadano responsable se suma a otras responsabilidades; las culpabilidades se contrarrestan en un sumatorio casi siempre equivalente a nada...
¿Me siento yo culpable?: me gustaría pensar que soy un individuo, ante todo, responsable. Pero lo que es inadmisible es que la irresponsabilidad colectiva genere tanta y tan monstruosa culpabilidad entre tantos individuos (y opino que socavar o, incluso, destrozar la carrera profesional de personas perfectamente capaces, es una GRAN IRRESPONSABILIDAD: una fuente inmensa y estéril de frustración). Y todo, ¿para qué?... Lo que pretendo con esto es -entre otras muchas cosas- preguntarme: ¿obtiene ALGO esta sociedad con la masiva condena de tantos profesionales a un calvario indefinido, que es, en la mayoría de los casos, y de hecho, perpetuo?; si algo no parece funcionar y es, en tantos casos, tan palmaria su injusticia, ¿por qué ha de ser "disculpada" y conservada la disfunción, el error?... ¿Es inevitable?; ¿es insustituible?; ¿es imposible su corrección o su modificación?... ¿Es saludable todo esto, conveniente?; ¿resulta razonable y útil a los individuos o a la sociedad?... Demasiadas preguntas "retóricas", pero... ¿ALGUIEN SE LAS PLANTEA?...
Por supuesto, me doy cuenta de lo fácil que es invertir los términos y la "posición ética" de cada uno, ya que esta historia se podría contar de dos formas diametralmente opuestas; los argumentos intercambiados. De hecho, no faltarán los que me achaquen ambas taras: irresponsabilidad y culpabilidad; y hasta falta de profesionalidad, y rencor, e inmadurez, e incompetencia... (Lo cierto es que no hay nada más fácil que encontrale defectos a un pobre e insignificante profesor interino, incapaz de culminar ni una sola de siete oposiciones, ¿verdad?) Aun así no renuncio a hacer público este problema; esta sangría de talento, de tiempo, de energía, de ilusión, de profesionalidad y de VIDAS...
¿Cómo calcular el efecto de todo esto en nuestro sistema educativo? ¿Trae cuenta, en algún sentido, este despropósito?... Porque, seamos sensatos y muy francos: ¿le somos necesarios al Sistema, o no lo somos? Porque, si no lo somos, ¿a qué esperan para expulsarnos del mismo, de una vez? Y, si nos necesitan, ¿porque no hacen ya todo lo posible para aceptarnos en su seno? ¡Y con todas las consecuencias!... Creo que son éstas BUENAS Y NECESARIAS preguntas: perentorias y urgentes. ¿Continuará esta sociedad siendo tan irresponsable, tan inmovilista, tan cruel... tan estúpida? Me temo que... que...
Ahora adjunto un artículo que habla de estas cuestiones, así como de otras muy afines; todas nos afectan... Y aunque las comparaciones sean odiosas, más lo es -creo yo- salir malparado de la mayoría de ellas.
IGNACIO CAMACHO
ABC, 03/03/2011
DE los alemanes tenemos mucho que aprender además de esa solidaridad laboral y esa vocación de esfuerzo que cada cuatro o cinco décadas les permite reconstruirse desde la catástrofe socioeconómica a que les conduce su principal defecto, que según Woody Allen es la tendencia a invadir Polonia cada vez que les hierve el agua del radiador. Quizá por ser la patria de Lutero y de Weber, Alemania conserva un arraigado sentido de la ejemplaridad individual y de la ética de la responsabilidad, virtudes que ha trasladado de forma imperativa al ejercicio de la vida pública. Ninguna sociedad política es inmune a los vicios de corrupción, abuso de poder, sectarismo o simple fullería, pero lo que las diferencia es el modo de combatirlos y el hábito de depurar las conductas que se apartan del modelo de virtud democrática.
Así, el ministro de Defensa de Angela Merkel, una estrella emergente que apuntaba a la herencia del liderazgo democristiano, ha tenido que dimitir ante la evidencia de que había plagiado, como si fuese un hijo de Gadafi, ciertos párrafos de su tesis universitaria; el "copypaste" —tentación casi lógica en un tipo que se apellida Guttemberg— no sólo le ha puesto en la picota del escándalo sino que ha acarreado la fulminante retirada de su título de doctor. Pocas bromas gastan los teutones con la moralidad pública: en el anterior Gobierno de Schröeder renunció otro ministro por haberse apuntado en su tarjeta particular los puntos que acumulaba volando en viajes oficiales. Y eso que iba en línea regular, no en un Falcon de la Fuerza Aérea.
La culpa que ha costado el cargo a ambos dirigentes sería considerada una minucia risible en nuestra laxa conciencia política. De hecho resulta objetivamente menos grave que el asunto de los trajes de Camps, bastante menos que el de la hija de Chaves y muchísimo más leve que el descalzaperros de los ERES de Andalucía, por el que aún no ha caído ni un simple concejal. Compárese el criterio y evalúese cuánto duraría en Alemania un gobernante que se dejase regalar el vestuario por unos sospechosos de corrupción o que otorgara una subvención millonaria a la empresa de un familiar directo. Esto en los casos penalmente más dudosos, porque si alguien se apuntase allí a una jubilación que no le corresponde iría directamente a la penitenciaría federal.
¿Cuestión de sensibilidad? No exactamente: cuestión de ética individual, de integridad colectiva y de decoro social. Cuestión de delicadeza y escrúpulo con las formas que simbolizan la arquitectura democrática. Cuestión de concepto de honestidad como un valor superior al del pragmatismo, la ocasionalidad y el oportunismo. Cuestión de virtudes públicas que exaltan la dignidad y honradez de la función representativa y condenan sin paliativos ni eximentes cualquier atajo sectario o ventajista.
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