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Se imaginará el lector que, sumido en este proceso de deterioro, al luchador fracasado le abruma un círculo vicioso de derrota-pérdida de energías-castigo-lucha en vano por la redención-derrota-pérdida de energías... Pero el mundo se encargará de recordarle, constantemente, que SÓLO HAY UN RESPONSABLE del desencadenamiento de ese proceso en círculo (más bien en espiral centrípeta, hacia un desagüe cósmico): él mismo.
La peor parte de esta reflexión es el concepto de “irreversibilidad” que se les aplica, en la práctica, a muchos arrepentidos: no importa si el que se replantea la vida, o su forma de afrontarla, es capaz de superar los difíciles obstáculos (REALMENTE: por talento, esfuerzo y voluntad), al tiempo que encara los retos con humilde perseverancia y dignidad casi heroica. Lo que importa es la naturaleza INSOSLAYABLE del Fracaso... Y es que en nuestra sociedad de “justicia y generosidad infinitas” apenas se ha sabido generar y administrar “generosidad y justicia” suficiente para una parte de los que la formamos (que, por cierto, somos cada vez más, consolidada esta tendencia a lo largo de más de una década, sin que nadie nos consultase NADA acerca de lo que opinábamos sobre el “pequeño detalle” de vernos forzados a compatibilizar nuestra lucha precaria con la de tantos... quienes, en algunos aspectos, han contado y cuentan con más apoyo que nosotros mismos, por cierto). De ahí el fomento de la idea de “estigma”, de “responsabilidad personal” ante TODO lo que a uno le ocurra: consiste en ocultar la RESPONSABILIDAD COLECTIVA y la de una gestión POLÍTICA de la sociedad que, como poco, se puede describir como incompetente; pero, también (y esto es aun peor), como cínica e hipócrita.
Así pues, existe un “punto de no retorno” para el “irredento”; una etapa a partir de la cual no puede esperar ni el respaldo ni el “perdón” de su “tribu”. La pérdida de energías y de talento que esto supone para toda la sociedad (para la que aplica esta clase de “parámetros mágicos”, por así decirlo) es inmensa, pues el “ostracismo” de la gran masa de frustrados -que se ve fuera de juego e incapaz de aportar su ímpetu al esfuerzo común- se transforma en un lastre no sólo para este mismo grupo social de "parias", sino para el conjunto de la comunidad que lo desprecia...
¿Y qué son esos parámetros a los que acabo de aludir?: el “karma”, la naturaleza de las “decisiones” o indecisiones -equivocadas o correctas-; el peso de los “pecados”; las “actitudes” –positivas y negativas- y una especie de ausencia (como en pureza de candidez), o no, del verdadero espíritu crítico (por lo general, dañino). Éste último resulta especialmente intolerable e imperdonable, pues suele poner en evidencia las fallas e incongruencias del tinglado ético-social... Para los que pontifican en torno a la importancia de las “actitudes positivas ante la vida”, ese espíritu crítico es como un enorme imán que atrae desgracias y fracasos. Se diría que, para ellos, bastaría con que los que lo ejercen hicieran pública y sincera renuncia de sus “creencias diabólicas”... Ojalá fuese tan sencillo...
Como puede verse, a estas teorías (cuyos efectos más favorables son fácilmente atribuibles a los que han logrado sus objetivos con más bien escasa resistencia de las circunstancias y el “destino”) les sostiene una creencia en lo “mágico”, en algo supersticioso y sobrenatural. A los sensatos espíritus críticos, a menudo forjados en la lógica del esfuerzo y de las leyes de la causalidad física (no metafísica), todo este embrollo les (nos) huele a chamusquina (lo que sí que está claro es que lo "crítico" resulta, simplemente, INCÓMODO).
Por lo tanto, ¿qué se podría concluir de todo esto?: que al FRACASO se lo considera una suerte de “pecado” en sí mismo; un proceso largo y acumulativo que se inicia en el receptáculo del alma del que no sabe o no quiere alcanzar sus objetivos, impedido y lastrado, tan solo, por las destructivas fuerzas mágicas del “lado oscuro” (sí, como en “La Guerra de las Galaxias”); mientras, este “apestado” ve cómo se les conceden a otros, con una relativa o evidente facilidad, las más inaccesibles dádivas.
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